viernes, 1 de diciembre de 2006

Sábado, día de perreo

Andábamos por el 29 de julio y ¡sólo nos quedaban tres noches de hotel antes de mudarnos!. Al final, decidimos definitivamente que nos quedaríamos en el Homestead, haciendo el esfuerzo económico, y ni siquiera fuimos a ver por segunda vez el otro sitio al que nos había llevado Tony, porque verdaderamente estaba demasiado lejos del campus, como comprobaríamos al día siguiente.

Ese día, que ya era nuestro segundo sábado, nos levantamos tarde, ya empezábamos a coger mal horario (si es que lo mío es incorregible)… Bueno, aunque en realidad no era mal horario, simplemente todavía estábamos, y estuvimos así casi todo el verano, con muchísimo sueño, entonces dormíamos hasta tarde, pero también nos echábamos la siesta.

Después de desayunar (aún así, llegamos al desayuno) nos cogimos las bicis y nos dirigimos hacia el campus, porque el sillín de mi bici insistía en bajarse, total, que durante aquella semana acababa casi sentada en el suelo y con mucho dolor de rodillas, de pedalear con las piernas demasiado flexionadas (además de por estar todavía en período de pruebas con lo de frenar con los pedales). Total, que fuimos al Tempe Bicycle dando un agradable paseo, agradable en gran medida porque estaba nubladillo, y no hacía el habitual calor abrasador.

El tipo del Temple Bicycle ajustó de maravilla el sillín (tanto, que prácticamente no hubo que volver a tocarlo en todo el verano), así que nos animamos a dar una vuelta en bici por Scottsdale. Yo hubiera querido llegar en bici hasta el Downtown Scottsdale, en el que habíamos estado la noche de la cena con Tony y su mujer. Qué tonta, seguía sin acostumbrarme a que allí las cosas estaban a millas y millas unas de otras: imposible llegar a ellas por medios “naturales”. De todas formas, me da pena no haber vuelto al Downtown Scottsdale ningún otro día a verlo tranquilamente (es cierto que volvimos, pero fue otra noche, a otra cena que ya os contaré), pero chico… Otra de esas cosas que con un coche, habría sido facilísimo de hacer…

Anyway, cogimos la calle de nuestro hotel hacia arriba, Rural road, que en hacia el norte, hacia Scottsdale se convertía en North Scottsdale Road. Justo al pasar el hotel, cruzando por debajo una de las circunvalaciones de Tempe, había una zona un poco fea, llena de garitos de mala muerte y puticlubs (bueno, decir que esta era fea en comparación con lo demás es un adjetivo quizás demasiado fuerte... La verdad es que todo era feísimamente monótono...). Un poco más arriba empezaba a repetirse el patrón bloque residencial (los de Scottsdale se notaba que eran más lujosos que los de Tempe, aunque eso crecía a medida que se subía hacia el sur), zona comercial con restaurantes de comida rápida o similar, tienda de coches monstruosa, etc.

Como siempre, ni Dios por la calle, todo, absolutamente todo desierto salvo Pablo y yo. Íbamos subiendo por la acera izquierda, pero vimos un supermercado (ya os dije que no eran tan comunes) en la acera derecha y cruzamos para ver qué era… No encontramos un super mejicano, que nos alivió bastante porque, salvando el océano y las diferencias culturales (abismales en algunos sentidos), a fin de cuentas los mejicanos son primos hermanos, y como tales, tienen un concepto de la comida que nos resultaba más familiar. Nos dimos una vuelta mirándolo todo (las salsas, las carnes, las tortillas, y las vírgenes de jardín –sí, sí, lo que oís: algunos ponen gnomos y otros… vírgenes de los colores más estrafalarios, tamaño king size-), compramos un bote de guacamole (cosa que no volvimos a hacer jamás. He descubierto que sólo soporto el guacamole que yo misma preparo. Y allí no lo hice ni una sola vez, sencillamente porque no me apetecía) y un pollo asado para comérnoslo en la intimidad de nuestra habitación de hotel.

No quisimos seguir subiendo hacia el norte de Scottsdale porque empezaba a salir el consabido sol de justicia, Pablo estaba cansado y además: ¡había gusa!

Total, que nos volvimos, bastante cansadillos, a la habitación, y nos zampamos el pollo. Hombre, no fue muy raro que el pollito de marras nos sentara como un tiro: ¡lo habíamos comprado en un super mejicano! ¿qué esperábamos? Tenía un regusto picante retardado que estuvo haciendo su efecto toooda la tarde.

(Esta foto es muy tonta, lo sé, pero era pa os hiciérais a la idea de lo de las vírgenes de jardín. En la zona de Guadalupe, en la reserva de los indios, había muchas en los jardines... La foto es de cgi.ebay.com, 30/11/2006).

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