jueves, 13 de marzo de 2008

Cine en Las Vegas I



Como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas... (siento poneros el videoclip de youtube en lugar de la canción con "tira" de radio, pero no la he encontrado...), esa es una frase con un enorme significado, una gran canción de Amaral que, además de servirme en muchas ocasiones de "salvapantallas mental", también la utilizo esta vez como excusa para introduciros este post… Y es que, como os decía en el anterior post introductorio, Las Vegas ha sido, es y será el escenario de muchas grandes producciones de Hollywood

Lo cierto es que acabo de ver Leaving Las Vegas, porque no quería escribir sobre el cine lasvegueño sin haberme puesto en antecedentes… Y ahora, claro, se me antoja, quizás, demasiado positiva la canción para el Nicolas Cage (que no el de Ramón Calderón…) de Leaving Las Vegas.

Las películas lasvegueñas recorren todo el espectro: desde Leaving Las Vegas que está en el extremo más dramático, hasta las comedias más alocadas como Mars Attack o ¿De qué planeta vienes? Luego, por supuesto, están las que centran toda la acción de la película en la ciudad del pecado, como Casino o las que se permiten un final apoteósico entre luces de neón o una "cana al aire" de sus personajes, sin que eso necesariamente implique que Las Vegas sea más que un invitado de excepción. He aquí cuatro (más bien cinco) que me parecen imprescindibles:

Rain Man (1988)

Precisamente, he empezado con la única de las cuatro que no se desarrolla totalmente en Las Vegas, pero por lo que recuerdo de ella, es una película maravillosa, en la que Dustin Hoffman interpreta a Raymond (de ahí lo de rain-man), el inteligentísimo hermano autista de Charlie Babbitt (un jovencísimo Tom Cruise), un despiadado vendedor de coches de Los Angeles. Por supuesto, en su afán sin límites por sacarle partido a su recién descubierto hermano, Babbitt decide llevar a Raymond a los casinos de Las Vegas, para que cuente las cartas en las mesas de Black Jack (cosa que, por cierto, está totalmente prohibida, aunque el que lo haga un autista superdotado, sin más ayuda que la de su mente).

Ganó cuatro Óscars de aquel año: mejor película, mejor director, mejor guión original y mejor actor principal para Dustin Hoffman (la verdad es que está que se sale, en un papel que me recordó al de Cowboy de medianoche… Aunque, ya lo sé, no tenga nada que ver).

Casino (1995)

Pocas veces me oiréis alabar a Scorsese. Lo sé, muchos torceréis el gesto cuando leáis esto, pero es que no lo soporto. No soporto que haya tanta gente alabando a un director de cine tan absolutamente mediocre cuando hay otros mil veces mejores que no se llevan tantos laureles. Pero esta vez será la excepción.

Y lo es porque Casino me sorprendió positivamente (lo hizo porque me senté a verla con el gesto torcido y pronto dejé a un lado mis prejuicios), aunque también tengo que decir que lo que más me gustó fue el principio... Desgraciadamente, va perdiendo fuelle y, al final, acabé por aburrirme.

En fin, el argumento, a grandes rasgos, es el siguiente: Sam Rothstein (Robert de Niro), un corredor de apuestas, es contratado por las familias mafiosas de Chicago y Kansas City para regentar el hotel-casino Tangiers, para que les asegure unas cuantiosas ganancias, por supuesto, ilegales. Además, la mafia envía a uno de sus amigos de la infancia,un violento psicópata, Nicky Santoro (un aterrador Joe Pesci), para que proteja a Sam en su empresa. En la vida de Sam aparece una buscavidas-carne de casino, Ginger McKenna (Sharon Stone), de la cual se enamora y con la que mantiene una turbulenta historia de amor, sazonada por el alcohol, el exceso de dinero, las drogas y los engaños...

El argumento no es más que ese (bueno, en realidad, es mucho más complicado, pero no sería capaz de contar todas las idas y venidas mafiosas que da), pero el indiscutible mérito de Casino es que es capaz de recrear con muchísima precisión un ambiente viciado y corrupto, de alguna manera histórico en Las Vegas, que, como bien dice el personaje de De Niro al final de la película: “The town will never be the same. After the Tangiers, the big corporations took it all over.Today it looks like Disneyland”. Pues eso.

Un apunte más sobre Casino: Se supone que está inspirada en una novela de Nicholas Pileggi, que a su vez está inspirada en la vida del director del Stardust, el Fremont y el Hacienda durante los setenta y los ochenta. El tipo este se llama Frank "Lefty" Rosenthal y su página web es de coña. Por cierto, es verdad que el tipo está fichado por la comisión de juego de Nevada. Aquí se puede consultar su ficha.

Ocean’s Eleven (1960 / 2001)

Bueno, por supuesto este es un doblete de películas que no se puede ignorar si se habla de películas que tratan a Las Vegas y sus casinos como un personaje más.

Tengo que decir que de la película original, con Frank Sinatra y su Rat Pack (del que ya hablaré cuando me apetezca ponerme a escribir sobre ellos en algún momento posterior), sólo he visto el final, pero que, igual que su sucesora, de no ser el tema Las Vegas, probablemente, ni me molestaría en hablar de ella... Creo que ambas son películas bastante prescindibles.

En la primera, el grupo de Danny Ocean (Frank Sinatra), formado por diez veteranos del ejército del aire, se propone robar las cajas fuertes de cinco casinos de la Strip (Sands, Desert Inn, Flamingo, Riviera y Sahara), provocando un apagón en toda la ciudad la noche de Nochevieja. Sin embargo, las cosas no salen como ellos habían planeado.

En la segunda, Danny Ocean (George Clooney), nada más salir de la cárcel en libertad condicional, reúne a un grupo de diez ladrones de todo tipo para saltar la cámara acorazada compartida del Bellagio, el Mirage y el MGM Grand. Planean dar el golpe durante una esperada final de boxeo, cuando la cámara estará más llena de efectivo. Por supuesto, esta vez, el equipo de Ocean tendrá que hacer algo más que saltar los plomos para poder hacerse con el botín.

Como curiosidad, os diré que ambas tienen finales diferentes (los chicos de Clooney salen mejor parados, no os desvelaré más) y los “guapos” también son diferentes, adaptados cada cual a los tiempos que corrían en cada momento (sí, chicos, sí, el 2001 se va alejando, y seguro que dentro de no demasiado, las jovencitas os mirarán con cara rara cuando les digáis que George Clooney era un cañón en vuestra época y dirán "¡Ese abuelete?")… Personalmente, pienso que el canon de belleza a lo Frank Sinatra demuestra que en los años 60, el estándar de "guapura" masculina estaba más bien bajo, pero también es cierto que la película original suple la falta de efectos especiales y trepidación con un característico sentido del humor muy cínico y una estética que muestra Las Vegas a pie de calle. Por su parte, la versión moderna se recrea en el lujo del Bellagio (sin duda, os hablaré de él...) y en la rapidez que caracteriza a los taquillazos de Hollywood modernos.

Por lo demás, después de haber visto Ocean's Twelve, pienso que podrían haberse contentado con dejarlo en un solo remake, porque la segunda parte de Ocean's eleven es una paja mental como una catedral (sólo merece la pena la pequeña broma de Julia Roberts y su doblete de personajes -cameo incluido-)... No he visto la tercera, pero si es la mitad de mala que la segunda, entonces no merece la pena.

Leaving Las Vegas (1995)

Y por fin llego a la que he visto esta noche, Leaving Las Vegas, que me ha dejado impresionada. Creo que es una imprescindible lasvegueña, porque se encarga de contraponer la miseria que puede destilarse (nunca mejor dicho) de ese glamour de neón que todas las otras películas se empeñan en plasmar (bueno, salvo Casino, que también se enorgullece del neón, a través de la violencia mafiosa).

Supongo que el secreto de Leaving Las Vegas está en la sencillez de su argumento: Ben Anderson (Nicolas Cage) es un guionista alcohólico empedernido que lo pierde todo en Los Angeles debido a su desmedida afición a la bebida. Cuando le despiden toma la decisión desesperada de marcharse a Las Vegas para dejar que la bebida acabe con él mientras viven en la ciudad del pecado. Allí, se topa con una prostituta (Elisabeth Shue), con la que traba una relación condenada por su decisión de morir por la bebida.

Sí, la verdad es que si suena terrible es porque lo es, pero merece la pena verla, porque se respira ese ambiente de perdición extrema tan característico de Las Vegas, se intuye lo que ocurre con la prostitución (ese tema tabú -curiosamente- en una comunidad sustentada en los vicios y los excesos), se pasea a pie de calle por esa ciudad en la que no todo es glamour y uno se deja llevar por la autodestrucción… Como Nicolas Cage en Leaving Las Vegas.

Como curiosidad, os contaré que la peli está inspirada en una novela semi-autobiográfica de John O'Brien, que se suicidó durante la preproducción de la película. Nicolas Cage ganó un merecidísimo Óscar por su papel (y también el Globo de Oro) y estuvo nominada al Óscar de mejor actriz para Elisabeth Shue, mejor director y mejor guión adaptado.

miércoles, 12 de marzo de 2008

El éxito en pantalla de Las Vegas

Puesto que habéis conocido nuestras primeras andanzas por ese mundo tornasolado que es la Strip, quiero hacer un pequeño kit-kat en mi pormenorizada narración para hablaros de algo que también me interesaba mucho comentar aquí: la atracción que las cámaras tienen por Las Vegas.

Porque, nadie lo negará, Las Vegas es una ciudad cinematográfico-televisiva a más no poder: todos hemos visto alguna peli ambientada en Las Vegas, o los personajes de nuestra serie favorita han acabado allí por un golpe del destino (¿casi siempre alocado o desafortunado?)... O simplemente, hay que ser marciano para no haber visto, aunque sea de refilón, algún capítulo de CSI Las Vegas... En fin, las cámaras quieren a Las Vegas y Las Vegas quiere a las cámaras, como decía Roxie Hart en Chicago, seguramente será porque "ninguno de ellos recibió suficiente amor durante su infancia"… ¿Quién podría resistirse al lujo y al glamour de todos los colores?

Para hablaros con un poco más de detalle sobre este tema, y ya que ahora conocéis un poquito mejor los hoteles que pueblan este estrambótico oasis en medio del desierto, os dedico los siguientes posts, sobre cine en Las Vegas (próximamente escribiré alguno sobre las series de televisión).

jueves, 6 de marzo de 2008

Primer paseo por la Strip V y final: De cómo jugamos al Quimicefa

En fin, teníamos hambre y ya estábamos empezando a estar cansados de zascandilear de casino en casino. Nos paramos en la acera de enfrente al Caesars Palace, junto a un lugar llamado Margaritaville de cuyas entrañas brotaban grupos de fiesteros con copas gigantes de margaritas... La verdad es que me habría gustado entrar en aquel sitio en algún momento, pero no lo hicimos porque tenía una pinta muy discotequera (leyendo en internet, me entero de que también servían comida. Las hamburguesas tienen un tamaño espectacular... Qué rabia no haberlo sabido). El ceño fruncido de Pablo casi cruzaba la calle, pero a medida que nos fuimos alejando del Caesars Palace, su enfado se fue diluyendo.

La verdad es que tendríamos que habernos informado mejor de dónde comer en Las Vegas (en infinidad de series y pelis he oído que todos los que van allí se comen unos steaks estupendos por cuatro duros... Nosotros no los encontramos, oiga), pero la mala costumbre que tienen los yanquis de no poner los precios en la puerta provocó que no nos atreviéramos demasiado a innovar, ya que aún no disfrutábamos del actual cambio dólar-euro que, por ejemplo, César está disfrutando ahora (y yo estoy sufriendo, cada vez que trabajo con americanos...). Curioseamos el Flamingo, el Imperial Palace y el Harrah’s: Todos ellos me parecieron terriblemente agobiantes: de techos bajos, lucecitas chillonas por todas partes y máquinas tragaperras hasta aburrir. El problema con todos aquellos casinos era un poco el mismo que el del Corte Inglés: que sabes que si entras, vas a tardar una eternidad en salir de allí, sin encontrar lo que buscas, por supuesto.

Ya estábamos pensando en comprarnos cualquier cosa de comer en algún puestecillo callejero, cuando llegamos al hotel Casino Royale (sí, sí, igual que la peli de James Bond, aunque en realidad, el Casino Royale de la peli esté en Montenegro... Bah, un detallito), que por suerte, tenía un Denny’s. Sé que este comportamiento de “mejor restaurante malo conocido que bueno por conocer” es algo que criticamos mucho aquí de los yanquis que salen al extranjero y terminan indefectiblemente en el McDonald’s de turno, pero ya os digo, si no hubiéramos tenido tanta restricción presupuestaria, nos habríamos atrevido a algo más.

En fin, el caso es que el hambre ya acuciaba ya demasiado como para pensárselo dos veces, por lo que entramos en nuestro viejo conocido Denny's, a zamparnos una de esas hamburguesas que tanto nos consolaban durante nuestros primeros días en la árida Arizona… La verdad es que el ambiente del restaurante este era gracioso: imaginaos algo parecido a un Vips (quizás con un punto más popular: he comprobado que los Vips últimamente están de lo más pijos), en mitad de la ciudad madre de todos los pecados, aquello parecía un reducto de un parque infantil, lleno de familias con niños pequeños de todos los tamaños, desde bebés hasta críos de esos que te dan la cena corriendo de arriba abajo. Allí se podía comprobar que la política turística de hacer Las Vegas un lugar más familiar tampoco era una locura (más adelante, pudimos volver a ver aquel curioso fenómeno en el Circus, circus), porque estaba claro que a Las Vegas no sólo acuden despedidas de soltera, cincuentones que celebran sus segundas nupcias, abuelas ludópatas o solterones con ganas de irse de putas: también había allí happy families que disfrutaban, qué sé yo, de las lucecitas y la musiquita de las tragaperras.

Pues en eso estábamos, después de pedir nuestras hamburguesas (sé que Pablo se pidió una enorme), bebiendo el brebaje que en este país llaman Coca cola, cuando nos pusimos a pensar en lo curioso que es que la Coca cola sepa diferente allí que en España. Desde que llegamos, lo habíamos notado muchísimo: los refrescos de cola ocupan un lugar totalmente diferente en la “escala alimenticia” en Estados Unidos. Cuando aquí en España consumimos Coca cola es: 1) Como sustitutivo de bebida alcohólica cuando salimos de tapas, 2) Como acompañamiento a la comida en algunos casos (los que la beben en todas las comidas, aparte de tener adicción, están exageradamente obesos), 3) Cuando nos sentimos mal del estómago o nos baja la tensión o el azúcar, 4) Para desatascar cañerías (sólo funciona con tuberías poco atoradas, si no, preguntádselo a Pablo, que el otro día lo intentó y el lavabo le escupió la Coca cola). En Estados Unidos, además de para todas esas cosas, también se utiliza como postre. “¡¡¡¡¡Cómo postre!!!!!”, exclamaréis extrañados. Sí, sí, como postre o base para postres (junto con helado de vainilla, batido de chocolate o tarta). Claro, lo pensaréis y os lo imaginaréis asqueroso, pero es que resulta que la Coca cola americana es muuuuuuuucho más dulce que la que bebemos aquí. Y claro, como la receta es secreta (por lo menos, los ingredientes esenciales), pues no sabemos lo que le ponen en cada sitio, pero he leído por internet, que los edulcorantes que se utilizan son diferentes en cada país... Lo que nosotros teníamos claro es que la Coca cola de aquí es menos dulzona, así que se nos ocurrió la loca idea de que quizás, añadiéndole un poquito de sal (NaCl), quizás podríamos contrarrestar químicamente el efecto de los edulcorantes. Pues sí, nos atrevimos a echarle un poquito a nuestras bebidas, eh voilà!, después de un satisfactorio burbujeo, la Coca cola sabía mucho más parecido a lo que se bebe aquí. Con lo bien que aquello había funcionado, nos pertrechamos de sobrecitos de sal (aún llevo alguno en la cartera. Me gusta pensar que, al fin y al cabo, si viviéramos en épocas romanas, casi podría utilizarlos como calderilla, más que para adulterar la Coca cola) para futuras Coca colas y nos comimos con mucho gustazo las hamburguesas que nos sirvieron (Uf! Cuando uno tiene hambre, la comida sabe a gloria!).

Una vez tuvimos el estómago lleno, nos dispusimos a hacer el camino de vuelta al hotel, dando un agradable paseo nocturno (¿qué serían? ¿las doce, la una? Llevábamos meses sin respirar el aire a esas horas de la noche. Resultaba liberador) por la acera oeste (la del Caesars Palace. El Casino Royale está en la este). A nuestro paso por delante de la pesadilla peplumiana de Pablo, contemplamos la colorida reproducción de la Fontana de Trevi (por lo menos, Pablo con el estómago lleno no se ofendió por esto, después de haber visto el interior del casino, estaba curado de espanto), donde alguien se ofreció a hacernos la foto que os pongo. También vimos los carteles publicitarios de Céline Dion, las estatuas del exterior del jardín (había una de Augusto que te “encantó”, ¿no? Mmmm), pasamos rápidamente frente al Bellagio y su impresionante fuente y después pasamos frente a un descampado en obras (sí en un lugar de constante cambio como Las Vegas es normal que haya zonas como esas también), para alcanzar el Montecarlo y después, el New York, New York (ya estaban más cerca nuestras camitas).

Por supuesto, no podíamos retirarnos aquella primera noche, sin jugarnos algo, ¿no? Así que perdimos nuestro primer dólar en las tragaperras (en fin, no es que seamos demasiado ludópatas: nos podía la racanería) y comprobamos que las tragaperras son un negocio redondo (para el casino): se gana difícilmente ¡y se pierde con mucha facilidad!



Y así acabó nuestro primer día en la ciudad más pecadora y estrambótica del mundo.

(Fotos: 1) Trocito del mapa que recorrimos en este post. Después hicimos el camino de vuelta, 2) El Margaritaville, foto de Flickr, de cjohnson1111784, 3) El Casino Royale, foto de Picasa, de María de los Ángeles, 4) El exterior del Denny's en el que entramos, foto de Picasa, de MaiCuc, 5) Foto-demostración de nuestras adulteraciones de la Coca cola, cosecha propia, 6) Pablo, frente a la Fontana di Trevi putativa, cosecha propia, 7) Pablo y yo en el mismo sitio que la foto anterior, 8) Zona de obras con el Bellagio y el Caesars Palace de fondo, 9) ¡Nuestra primera apuesta de un dólar en la tragaperras! Pablo está metiendo el billete por la ranurilla correspondiente).