La vida transcurría con monotonía en la calurosísima Arizona… Gradual e imperceptiblemente, comenzaba a hacer un poquitín menos de calor (¿qué sé yo? Pasaríamos de estar a 48 grados en lugar de a 50) y el campus de
Pronto llegó el fin de semana anterior al comienzo del curso académico en la universidad, el 21 de agosto. Y por fin llegamos al que fue, yo creo, el momento en el que pasamos más miedo en EEUU (por lo menos, yo pasé mucho miedo… No sé qué dirá Pablo)… Curiosamente, no fue en la calle, sino dentro de nuestro hotel, en un pasillo del que nos separaba únicamente una endeble puerta.
Recuerdo que esa semana yo tenía bastante trabajo, porque debía sacar adelante un encargo para la agencia americana de la que ya os he hablado. La entrega era el martes siguiente, pero aún tenía cantidades ingentes de palabras por delante, así que el jueves estuve traduciendo y me acosté en torno a la una, porque pensaba levantarme temprano para irme con Pablo al campus y aposentarme en la biblioteca de derecho a la mañana siguiente y pasarme todo el día allí…
Sin embargo, aproximadamente a eso de las dos y pico, algo perturbó mi sueño… Se oían gritos, que en un principio me parecieron lejanos, pero luego, a medida que iba saliendo del sueño, se hicieron más cercanos… Salí de la habitación, y me encontré con que Pablo también se había despertado...¡¡¡Imposible no hacerlo!!! Los gritos del pasillo eran difíciles de ignorar...
Todas las puertas de las habitaciones tenían mirilla, así que nos asomamos, y nos encontramos con un grupo bastante nutrido de tipos de esos cabeza-cacahuete (sí, ya sabéis todos a los que me refiero, de esa peña con unos musculacos en los brazos que les impiden juntarlos al cuerpo y luego una cabeza en la que apenas tienen sitio para que se les separen los dos ojos una distancia admisible para no confundirlos con gorilas... De esos que en las pelis americanas siempre son los capitanes del equipo de fútbol o los que reciben una beca de deportes porque no saben hacer la O con un canuto); pues eso, la verdad es que con muy poco esfuerzo hubiéramos podido imaginárnoslos como una manada de gorilas…
Para más señas, gorilas borrachos, porque llevaban una tajada importante (de hecho, las únicas palabras comprensibles que se oían entre ruidos guturales eran fuck-fuck-fuck-fucking-fuck). Los primates estos parecían surgir de la habitación de la puerta opuesta a la nuestra, y entre ellos estaban el tío de la gorra roja, de la orgía del jueves anterior (por lo visto, era el jueves el día que tenían para “pasárselo bien”) y una tía a la que no vimos muy bien, pero por lo que parecía, era hermana de uno de los gorilas, y también llevaba una tajada buena.
El estallido de insultos, amenazas y ruido -fuck-fucking- vino cuando al grupo que ya os he descrito, se le añadió otro grupo de hispanos (que fácilmente podrían haber salido del Grand Theft Auto San Andreas, o de los Sharks... Y uno se cree que esa gente sólo sale en las películas…), que también iban bien “tajaos”, y parecían tener ganas de trifulca, porque, por lo que pudimos entender, habían herido a uno de los otros (no me preguntéis cómo… No sé si es que se habían pegado, o si había habido armas blancas de por medio...) y habían intentado hacerle algo a la única chica (Ya su hermano balbuceaba a gritos “Don’t touch my sister, you, fuck-fucking...”).
Ahora que os lo cuento, no parece todo tan horrible (de hecho parece una película...), pero chicos, ¡os puedo asegurar que daban miedo! Al fin y al cabo, no estábamos precisamente en un arrabal, sino en un hotelito de lo más normalito, y además, daba por pensar que estábamos solos en aquel pasillo con aquéllos bestias... Aunque supongo que más bien, lo que ocurría era que si había alguien más, estaban, como nosotros, detrás de sus respectivas puertas, sin atreverse a moverse...
Estuvieron así casi hasta las 4 y pico de la mañana (qué interminable se hizo!), tiempo durante el cual, nos planteamos llamar a la policía (a quién tendríamos que haber llamado era a la recepción del hotel, en la que, por lo visto, había siempre alguien de guardia, pero eso no lo sabíamos, y pensábamos que estaba vacía…), pero decidimos dejarlo para otra vez, por si aquella jarana se repetía más veces (la verdad es que mi miedo era que, a partir de entonces, todos los jueves montaran una parecida)... Además de que lo que menos nos apetecía era abrir la puerta y que los animales aquellos nos vieran el careto…
Por suerte, no volvió a repetirse, también porque a la mañana siguiente, yo le dejé caer a la recepcionista (la simpática Patty, que parecía salida del mundo de Tarta de fresa) que habíamos dormido fatal por culpa de nuestros vecinos… Posteriormente, leímos en un periódico de la universidad que aquello de las fiestas salvajes era habitualísimo... Tan habitual que habían aumentado los efectivos de la policía de Tempe, que durante los fines de semana se dedicaban casi exclusivamente a atender llamadas de vecinos cabreados porque los de la casa de al lado habían montado una fiesta universitaria y estaban quemando su jardín, destrozando su casa, pegándose de tiros, violando a las tías que hubiera en la fiesta, todo ello regado con toneladas de Budweiser… También se decía en el artículo que, de hecho, una fiesta no se consideraba una fiesta en condiciones hasta que no fuera la poli a prohibirla, o sea, que cualquiera de las cosas que os he enumerado valía para llamar la atención... ¿De dónde creéis que viene la expresión “animal party”? (resulta que era literal).
(Foto: Para que os hagáis una idea del escenario de la historia que os relato... ¡Da cague! ¿eh?)
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