
Como os iba diciendo, dejamos la primera tanda de casinos atrás después de pasar por la lujosa galería del Bellagio (del que os hablaré un poco más adelante) para entrar en los jardines del Caesars Palace, ese hotel-casino que se ha convertido en un verdadero símbolo de Las Vegas.
He de reconocer que había estado barajando la posibilidad de hacer una reserva allí cuando estuvimos mirando los hoteles, pero al final me decanté por el New York, New York, y la verdad, tras unos minutos en el interior del Caesars Palace (que según su propio creador, no lleva apostrofito en el nombre, porque no es simplemente el hotel de Julio César, inspirador del complejo hotelero, sino que “Todos los huéspedes son césares”, jaja ¡os lo juro!), no me pude alegrar más de haber tomado esa decisión, sobre todo, por la salud mental de Pablo.
Bueno, supongo que después de lo que ya os he contado no esperaréis nada medianamente fiel del famosísimo Caesars Palace, y hacéis bien. Al principio, el escenario nos engañó un poco: el enorme jardín que rodeaba la parte delantera del hotel estaba compuesto de fuentes, cenadores y estatuas clásicas que, a primera vista (y de noche) podían dar perfectamente el pego del buen gusto. Creo recordar que en uno de los cenadores había montado una especie de piano-bar al aire libre. Recorrimos la distancia que nos separaba de la puerta de entrada al hotel y, nada más entrar, fue cuando comenzó el problema: ya en la recepción del hotel, la estridencia de lo que nos esperaba se adivinaba en todas las estatuas, jarrones y decoración: la estancia estaba iluminada por una discreta luz amarillenta que resaltaba los chillones mosaicos del suelo, los chillones frescos de las paredes y la chillona estatua de Diana cazadora y dos Gracias más que presidía una fuente que ocupaba la parte
central del vestíbulo. Pablo empezó a fruncir el ceño imperceptiblemente, a la espera de lo que se avecinaba.
Al principio, nos extraviamos un poco y casi estuvimos a punto de meternos en la zona privada para los huéspedes. Tengo que decir aquí que el “caché” del Caesars Palace pretendía ser del nivel del del Bellagio, y mucho mayor que el del New York, New York, con sus señores de seguridad estiradotes en las extensas zonas VIP y sus adornos dorados por todas partes, por lo que el precio de las habitaciones, por supuesto, también era mayor.
Media vuelta, esta vez sí, nos dirigimos hacia el casino. En fin, sobre este no hay mucho que decir, aparte de que se toman la decoración pepluniana francamente en serio: aunque lo que es el casino es más de lo mismo (con un puntito de sofisticación que aspira más a Montecarlo que al bingo de la esquina de mi calle), los croupieres, los camareros y las camareras iban todos disfrazados como correspondía, con doradas corazas de centurión o togas de tribuno ellos y con atuendos cleopátricos o minúsculas túnicas ellas. Sobre ellas hablaré más adelante, en mi post dedicado al oficio más antiguo del mundo, porque realmente daba la sensación de que no sólo se limitaban a servir copas (loable tarea, dado su mínimo atuendo).
Dentro del casino, había una zona de bares que comprobamos que era el lugar favorito de grupos de solteretes y solteretas que, con miradas ávidas, se buscaban mutuamente, en los diferentes locales acondicionados para “la caza mayor”. También descubrimos que el Caesars Palace, conceptualmente no le hace ascos a nada y responde bien a la filosofía: “Lo clásico, si nuevo, dos veces bueno”, independientemente de que “lo clásico” de turno fuera griego, romano, egipcio o algo que se le pareciera remotamente. Muchos dirían que es to' lo mismo, cosa que a los amantes de la historia clásica, al menos fuer
a de Las Vegas, puede irritarles el higadillo, que fue exactamente lo que le empezó a pasar a Pablo, cuyo ceño, cada vez estaba más fruncido. En la galería de bares había uno que era impagable: una especie de bar de jazz, que se llamaba Cleopatra's Barge (la barcaza de Cleopatra) e imitaba a la embarcación de la excelsa reina egipcia con las mesas repartidas aquí y allá e iluminada por tonos cálidos y violáceos. Recuerdo q
ue a Pablo le “gustó” ese especialmente.
Después, volvimos a salir al casino y pasamos al lado del Colosseum (un inspirado término mezcla entre colosal+Coliseum, porque me da a mí que les daba la sensación de que el Coliseo romano original no tenía un nombre lo suficientemente colosal como para atraer al americano medio), el enorme teatro imitación del Coliseo romano, que acoge algunas de las representaciones más icónicas de Las Vegas, por allí pasan los cómicos de medio Estados Unidos (Jerry Seinfield es uno de los favoritos), sin olvidar a Céline Dion (que en ese momento estaba en plena temporada de espectáculo) y Elton John, que siempre que pasa por Las Vegas, se queda meses allí.
Tras una zona de máquinas tragaperras, salimos a la mismísima Vía Apia (Appian Way) y las tiendas del Foro (Forum Shops), una galería comercial que acabó de minarle la moral a Pablo por completo: arrancaba con una reproducción del David de Miguel Ángel y en ella se sucedían las fuentes ornamentales de ruinas y pegasos con tenderetes de souvenirs mezclados con tiendas de super-lujo trasplantadas directamente del centro de Milán, todo ello cubierto por, otra vez, un inquietante cielo azul lleno de pastorales nubecillas blancas.
La indignación de Pablo llegó a su punto álgido cuando alcanzamos una plaza en el centro de la galería en una de cuyas esquinas se alzaba un enorme caballo de Troya (símbolo de una juguetería) que era digno de la cabalgata del Orgullo Gay más plumífero que podáis imaginaros. Entonces, Pablo comprendió que no podía quedarse ni un minuto más dentro de aquel sacrílego lugar (curiosamente, yo estaba menos indignada que él... Mmmm, de hecho, casi me come porque me paré a hacer las fotos que podéis ver en este post), por lo que continuamos nuestra marcha en busca de una puerta de salida por el otro extremo del foro, pero en lugar de eso, nos encontramos la fuente más estrambótica y colorida,
que no hizo hasta que estuvimos en la calle, lo suficientemente lejos, al otro lado de la acera, y entonces se dedicó a observar el Caesars Palace con una mirada de odio infinito. Le hice una foto buenísima de la cara de circunstancias (¡Qué mala leche se le puso!), pero me salió muy movida, así que no merece la pena ni que os la ponga.
Como curiosidad, os contaré que la primera pareja en casarse en el Caesars Palace fueron un vejete catalán-cubano cantante de una banda y una famosa actriz murciana recauchutada llamada Charo que, mientras estábamos allí, hacía un anuncio por la tele que era graciosísimo.
Con todo el paseo, nos había entrado hambre, así que a partir de ese momento, nos pusimos a buscar algún sitio en el que llenar el buche (sin dejarnos el jornal, eso sí…).
(Fotos: Jo, no os quejaréis, os he puesto un montón: 1) Panorámica de cosecha propia (C.P.) de una de las esquinas de la parte frontal del Caesars Palace, 2) Trocito del mapa del que os hablo en este post, 3) Entrada a la recepción del hotel Caesars Palace (C.P.), 4) Fuente de la recepción del hotel (C.P.), 5) Esta instantanea de una mesa de póker captura muy bien la esencia del lugar, foto de Shelly, 6) Foto del piano-bar Cleopatra's Barge de www.planet99.com, 7) Zona de las tragaperras del casino (C.P.), 8) El Colosseum desde la otra acera de la Strip (C.P., muy movida), 9) Pequeña foto del Colosseum de día, foto de Andre, 10) Bóveda del interior del hotel, foto de Brian, 11) Minifoto de la "fuente de los césares" foto de Xiangyu, 12) Foto de C.P. de la misma fuente, con tenderete de barantijas delante, 13) ¡El megacaballo de Troya! Digno de Brad Pitt y Orlandito Bloom, foto C.P., 14) La fuente de Fate of the Atlantis and Festival fountain (C.P.), 15) Vista frontal del hotel-casino, con una reproducción de la Victoria de Samotracia en medio).