¡Uf! Tendréis que perdonarme esta ausencia tan injustificada… En mi último post, auguraba un montón de nuevos posts sobre Las Vegas y, de golpe y porrazo, desaparecí del mapa… Sé que alegar motivos laborales se está convirtiendo en mí una costumbre la mar de fea, pero en este caso es totalmente cierto: estoy en plena traducción de un noveloncio que absorbe todo mi tiempo (¡va a estar la cosa complicá hasta febrero!)… Pero bueno, ese rollo os lo contaré en otro momento que este post va sobre lo que va…
Bueno, y ahora, para que me perdonéis definitivamente, unos minutos musicales:
Pues como os iba diciendo, por fin, después del viajecito desde Phoenix, llegamos al Hotel New York, New York, donde habíamos reservado una habitación mediante la página www.vegas.com, avión y hotel, todo muy rentable, la verdad.
Cuando cruzamos la pasarela de plástico que cruzaba queta y el ruido incesante de las máquinas tragaperras.
La puerta por la que entramos estaba en el piso superior en donde hay un surtido inagotable de tiendas de souvenirs, tiendas de chucherías, helados y demás pijadillas similares. Además, en un extremo estaba la entrada de la reproducción del Bar Coyote en el que, aparentemente (digo aparentemente, porque no llegamos a entrar… Había demasiada cola siempre), unas tías tetudas con botas vaqueras se suben a la barra a intervalos regulares durante toda la tarde noche y se salpican de cerveza…
Pues eso: parece que los lasvegueños se han tomado en serio lo de crear un centro del exceso. ¡¡¡Todo era excesivo por todas partes!!!
El espectáculo, cuando nos asomamos a la escalinata que bajaba hacia la sala del casino, era impresionante: un salón enorme, con máquinas de todos los colorines imaginables, mesas de black jack, de ruletas, de dados y de muchas otras cosas que no tengo ni idea lo que son... En mitad de la sala, una mini estatua de la libertad con las faldas levantadas a lo Marilyn, una enorme reproducción de la fachada de Wall Street, el bar de la manzana gigante y roja (simbolizando la gran manzana), un piano bar llamado Times Square, en el que la peña celebra el fin de año todas las noches... Pues eso, alucinante.
Pero también estábamos reventaos por el viajecito (recordad que llevábamos en planta desde las cinco menos cuarto de la mañana, con cuatro horillas de sueño escasas) y lo que más nos pedía el cuerpo era comer (llegamos al hotel a eso de las dos) y dormir.
Nos dirigimos pues a la recepción, un mostrador largísimo que recorría toda una pared. Nos pusimos a la cola, porque había bastantes recién llegados como nosotros y mientras esperábamos, le envié un mensajito al móvil a la madre de Pablo, que la mujer lo pasa mal cada vez que nos montamos en avión y estuvimos mirando un pantallón en el que pasaban los caretos de las últimas personas que habían conseguido el premio gordo de las maquinitas… ¡Un montón de ceros tenía lo que habían ganado!
Cuando llegamos al mostrador, me imagino que nos atendió una de esas yanquis sonrientes. Fue muy fácil registrarse, Pablo había pagado con su tarjeta y no tuvo más que dársela… Ya nos miraron con cara rara cuando nos dijo que sólo le quedaban habitaciones con camas separadas y a nosotros nos pareció bien… La sorpresa de la chicarrona lasvegueña casi rozó lo impertinente… (Y digo yo, que lo que se puede hacer en una cama se hace mejor en dos, ¡sobre todo con el tamaño de esas camas!), y todo, supongo que viene de que en la ciudad del desenfreno, cuanto más revueltos mejor (supongo que le habría dedicado un careto de extrañeza similar a cualquier varón soltero que NO hubiera pedido el listín de putas del hotel... Ya me entendéis). Vamos, nosotros felices con pensar en lanzarnos en plancha a nuestros respectivos camastros...
Y claro, uno acostumbrao a las estrecheces europeas y a la picaresca española, pues nos esperábamos que nos fueran a darnos una habitacionceja cutronga (que vamos, tampoco nos importaba: pa lo que habíamos pagao…)…Nada más lejos de la realidad.
La chica nos dio la llave magnética y nos explicó cómo ir hasta la habitación y allá que nos fuimos, a soltar la maleta. Aún así, también nos dio con la llave una especie de “libro de instrucciones” en el que venía un mapilla también, por si te desubicabas (cosa bastante probable, la verdad). Nos dirigimos a los ascensores que estaban cerca de la recepción (al lado de los ascensores, con decoración de inspiración de la de los rascacielos neoyorquinos, estaba la máquina tragaperras más grande que he visto en mi vida. Como mínimo, medía el cacharro tres metros de alto y tenía un brazaco metálico gigantesco. Mientras esperabas el ascensor, te quedabas embobao, mirándola).
Pues nada, subimos a la planta 22 (ya lo veis, que nos puso bien marcaíto) a nuestra habitación la 58, que estaba en uno de los rascacielos que daban a
Lo más significativo, aparte de su tamaño, era el sonido de la montaña rusa… ¡Sí! ¿No os lo había dicho? Pues resulta que todo el hotel estaba rodeado por una gigantesca montaña rusa,
Como teníamos hambre y sueño a partes iguales, nos decidimos por anteponer la primera al segundo y bajar a llenar el hueco en alguno de los restaurantes del hotel, para luego dormir con el estómago tranquilo… Pero eso ya os lo cuento en el próximo post (confío en no demorarme tanto como con este), que ya me he enrollado demasiado con este.
(Fotos: Uf, la mayoría dentro del casino que se ven bien no son mías, porque a mi cámara no se le dan muy bien los interiores sin flash, y salían todas movidas... A pesar de todo, he robado unas cuantas en Flickr, que la gente hace fotos estupendas -y yo soy un poco desastre y no he apuntado sus nombres...-. Ahí van las que he puesto: 1) Vista del casino desde la escalinata -esa fue la primera vista que tuvimos nosotros sobre el casino- (Flickr), 2) Otra panorámica del patio de tragaperras (Flickr), 3) Estatua de la Libertad Monroe con la manzana roja al fondo (cosecha propia), 4) Reproducción de la fachada de Wall Street (cosecha propia), 5) y 6) Escaneo del mapa explicativo del hotel. Es una pena que no se vea mejor, pero vamos, más o menos os hacéis a la idea de la de cosas que tenía, 7) Más maquinitas tragaperras con las casitas de Manhattan de cartón piedra al fondo (Flickr), 8) Foto del mostrador de recepción (Flickr), 9) Escaneo de nuestra llavecilla magnética -me la quedé de recuerdo-, 10) Escaneo de la primera página del librillo de instrucciones, donde nos indicaban la habitación y nos daban la bienvenida a Las Vegas, 11) Lo que se veía desde nuestra ventana de la montaña rusa ¡Flipa! ¿eh? También se ve el león dorado del MGM en la esquina izquierda y el hotel que se ve al fondo es el Tropicana (cosecha propia), 12) Panorámica de nuestra habitación recién hecha (tengo otras con todo revuelto, pero tampoco es cosa de dar mala impresión, ¿no?)).
3 comentarios:
La verdad es que el hotel era flipante. Era (es) como una ciudad por dentro, Muy espectacular. Pero lo mejor era la montaña rusa, jajaja... ay, que mal se lo hice pasar a Julia. Muy bueno el post, me trae muchos recuerdos.
Impresionante.
Qué pequeña se ve la montaña rusa, yo creía que era de adorno.
Jo, Tomás, pos de pequeña no tenía nada... Luego podré más fotos (una panorámica, en particular, que me salió muy bonita) del exterior del casino en las que se ven que de pequeña, no tenía nada.
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