domingo, 15 de julio de 2007

Segunda petada del Piripitoto

Poco a poco, agosto llegaba a su fin, y nosotros andábamos bastante “desesperaos”, casi contando los días para volver a España ¡y eso que todavía nos quedaba más de un mes de aventura americana! Por suerte, septiembre fue el mes más interesante, en el que hicimos más cosas, y en el que, de alguna manera, después de tanto tiempo allí, el cuerpo se nos “hizo” a vivir en Tempe (aunque la costumbre no hace al gusto, que quede claro).

Los días transcurrían muy lentamente entre calores de infierno, comidas en el Memorial Union, expediciones al supermercado para hacer la compra y sueño, muchísimo sueño. En uno de esos días en los que Pablo (que por cierto, ya está hecho todo un doctor… Me anima pensar que aquellos días arizónicos sirvieron para darle un empujoncito a su tesis, de alguna manera) se declaró en huelga de paseo a la ASU y se quedó en el hotel conmigo, intentó instalarle al Piripitoto el Linux (aún no era el Ubuntu, ¿verdad? Era otro…), y de hecho, lo consiguió, pero se le desconfiguró el arranque del Windows, y no era capaz de “rescatarlo”, así que, ya de buena mañana (antes de que yo me hubiera despertado) frunció el ceño, puso cara de concentración-odio, y se pasó todo el santo día con la mirada fija en el Piripitoto, que estaba rebelde.

Por suerte para mí, no tenía que entregar ninguna traducción (si hubiera sido así, me habría dado un patatús), así que me fui de paseo (a veces, me venía bien desconectar de todo, cogerme la bici e irme de paseo –normalmente al downtown-) y es lo que hice: me fui, creo, a la librería Borders que había en la esquina al comienzo del downtown.

La verdad es que me decepcionaron muchísimo las ediciones de los libros en las librerías americanas. Supongo que todo es cuestión de mentalidad, y los americanos gustan de portadas coloridas y novelas con anotaciones al pie de página totalmente superfluas… Ah y todo ello, carisisisisimo. Yo me decepcioné, porque una de las pasiones a las que nos abandonábamos Alba y yo, desde la primera vez que fui con ella a Inglaterra, era pasarnos largas horas de las tardes explorando las librerías de Norwich, y en ellas, encontrábamos ediciones preciosas (véanse algunas colecciones de Penguin), y no siempre a precios exorbitados. En fin, otra cosa más para añadir al lote, pensaréis, de ventajas-británicas/inconvenientes-yanquis (ya sabemos todos que esto es una cuestión de gustos, y hacia donde se decantan los míos). Fue una pena, porque la verdad, me habría gustado comprar algunos hitos de la literatura clásica americana, y me encontré con que en esta librería normal no había nada que me satisficiera lo suficiente como para dejarme 50 o 60 dólares en novelas que podría comprarme aquí, o en Inglaterra, o por Amazon, por mucho menos.

Después de mi exploración de Borders (justo a principios de verano, cuando estuvimos en Inglaterra, visitamos un Borders nuevo que han abierto en Norwich y que tenía una pinta completamente diferente de la de esta librería provinciana e incompleta), me fui de vuelta a casa, porque llevaba días queriendo visitar un pequeño supermercado japonés que había visto hacía mucho tiempo en mis paseos University Drive arriba y abajo. El sitio era pequeñito, y mi carencia de cultura sobre lo japonés me impidió comprar más cosas, pero compré un bote de salsa de soja (la que he comprado aquí en el chino de la esquina me resulta asquerosa) y unas bolsitas con una especie de cereales que Miyako solía comprar cuando estábamos en Estrasburgo y que los niños japoneses se suelen comer, echándoselo al arroz por encima (tenían trocitos de alga, de maíz, etc…), y a mí me encantaban. Posteriormente, en alguna otra de mis visitas, compré un saco de dos kilazos y pico de arroz japonés, que nos ventilamos en un plis-plas y que tenía un sabor buenísimo (no llegué a lograr prepararlo con la textura necesaria como para hacer sushi, pero aún así, cocinándolo con un poquito de salsa de soja y un poquito de sake, salía riquísimo).

De vuelta al hotel, Pablo seguía con el ceño fruncido, mirando al ordenador, así que yo me di un agradable baño en la piscina. Por suerte, logró resolver lo del Linux después de cenar, por lo que la segunda petada del portátil se quedó en una reparación de un día.

(Fotos: 1) Terraza exterior del Memorial Union. Hacía demasiado calor como para sentarse allí a comer, aunque mucha gente lo hacía, 2) Edificio del Borders de Tempe, 3) Determinado tipo de portadas con determinadas novelas deberían, no sólo estar prohibidas, sino penadas... ¡Es que no tienen respeto por ná!, ¡ché!, 4) Exterior del super japonés desde el otro lado de University Drive. Aquí podéis ver otra foto que le hice al super un poco más de cerca, 5) El paquete enorme de arroz, la botellita de sake y la botellita de salsa de soja).

4 comentarios:

eulez dijo...

¡Qué bueno que estaba el arroz japonés aquel! Supongo que ya lo comentarás algún día, pero fue tremendo cuando compramos jalapeños en lugar de pimientos verdes (por equivocación) y preparastes este arroz con ellos. Ahora cuando veo el paquete de arroz recuerdo ese sabor picante del infierno...

Anónimo dijo...

¡Qué bien que Pablo ya es el Dr. Magneto! ¡Enhorabuena! Eres un crack, no todo el mundo puede aspirar a ser un "mutante" ;))

Mili (SFC)

Anónimo dijo...

¿Has probado la página de Penguin España? ¡Es para morirse! Por cierto, me estoy acordando mucho de vosotras estos días: he vuelto a caer en la tentación de releer "Pride & Prejudice" y de rendirme otra vez a los pies de Mr. Darcy ;)´

juliacgs dijo...

¡Hola Olga! ¡Gracias por pasarte por aquí! Sí, ya tengo un Dr. Magnetorreológico en casa (aunque ahora que lo pienso, desde que es Dr. le veo menos el pelo *ja,ja*)... ¡¡¡A ver si pillamos ya vacaciones!!!

¿Relees Pride & Prejudice? Queda pendiente que te pase la miniserie de la BBC... ¡¡¡¡Te va a encantar!!!!