Después de saciar nuestros necesitados estómagos, salimos a dar una vueltecilla ya entrada la tarde en Las Vegas city. Lo primero que hicimos fue salir del Treasure island y cruzar la Strip para sentarnos un ratito en la escalinata de la veneciana reproducción del Palacio Ducal del hotel The Venetian… Recuerdo muy vívidamente la sensación de estar allí, asomada a la balconada, escuchando en la lejanía el Think of Me del Fantasma de la ópera que se estaba escenificando en el interior del teatro del hotel… La música del fantasma siempre me transporta a un recuerdo lejano en el tiempo y también en el espacio —Londres—, pero esa es otra historia que debería contaros en otra ocasión… Además, el West End londinense estaba tan lejos como parecía de aquella calurosa plaza de Nevada, en la que, en aquellos momentos, soplaba la agradable brisa de la tarde…
Cuando nos cansamos de escuchar la música del fantasma, entramos en aquel otro hito del panorama lasvegueño: la enorme reproducción de la ciudad italiana, reconvertida en hotel de lujo desmedido. Yo no tenía mucho con lo que comparar, pues no he pisado Italia en toda mi vida, y Pablo ya estaba curado de espanto después de su experiencia peplumiana, por lo que The Venetian no nos chirrió tanto como su primo el Caesars Palace. Tal vez sea precisamente porque este hotel está concebido con mucho lujo y ese mismo lujo es el que imprime un poco más de discreción al cartón piedra... Mmm, en realidad no lo sé, pero la reproducción a escala de la plaza de San Marcos, según lo que Pablo recordaba, era bastante fiel.
Lo que está claro es que los canales, que recorrían el interior y los exteriores del hotel, con sus góndolas y sus gondoleros, claro está, eran muy curiosos (cuando hablamos de este hotel, César siempre me recuerda que los canales del Venetian los gestiona el servicio de aguas de la ciudad de Las Vegas, porque se consideran vías navegables...). Recuerdo muy bien la extraña sensación que producía estar allí, en mitad de un puente con el canal debajo, el cielo de mentira iluminado para dar la sensación de que era el de un día soleado, los turistas haciendo fotos como descosidos y entrando en las tiendas de lujo de las galerías comerciales que llenaban el hotel entre canales, y un poco más allá, un bar de oxígeno, en el que tipos con pinta de yupis y varias turistas japonesas tenían unos tubitos conectados a su nariz y en el otro extremo respiraban oxígeno de diferentes botellitas burbujeantes con colores de aspecto radioactivo y, supuestamente, distintos olores...
Poco a poco, fuimos adentrándonos en las entrañas del Venetian, que es enorme y laberíntico (imagino que como la Venecia real), hasta que acabamos paseando por la planta en la que se encontraban las salas de conferencias y reuniones: por lo visto, el Venetian es uno de los hoteles favoritos para estos menesteres. De repente, las hordas de turistas como nosotros eran sustituidas por otras de hombres y mujeres encorbatados, trajeados y con pinta de ir a todas partes con prisa... ¿Supongo que con prisa por jugar a la ruleta después de un duro de día de trabajo y conferencias? No sé... Tardamos un poco en salir de aquella planta que parecía no tener fin y acabamos llegando a la entrada del teatro del Fantasma de la ópera. Curioseamos la tienda de souvenirs (no encontré nada digno que comprarme, y eso que yo soy muy fan...) y acabamos jugando a una tragaperras (que podéis ver en la foto) que se de vez en cuando profería una carcajada gutural digna del mismísimo fantasma parisino (o, dado el caso, del Dr. Horrible)… Sobre todo cuando perdías tus cuartos en ella (en fin, tampoco es que echáramos mucho dinero… Pero la combinación en la foto es nuestra: claramente, no era una triada por la que nos fueran a dar un premio…).
Decidimos salir del Venetian, pero no era tan fácil decirlo como hacerlo, así que después de dar dos o tres vueltas infructuosas sin lograr encontrar la salida, le pregunté a un camarero jovenzuelo que pasaba por allí. El chico resultó ser muy majete y nos acompañó a la salida mientras chapurreaba en español y nos preguntaba todo tipo de detalles sobre nosotros… También nos contó que había estado viajando por Europa (por lo menos éste no era de esos americanitos que se conforman con pisar el Venetian y ya con ello se sienten más europeos…) y trabajando aquí y allá, por lo había aprendido no-sé-cuántos idiomas (me habló en alemán y en francés, y tengo que decir que no lo hacía nada mal en ninguno de los tres idiomas)… El tipo parecía la mar de espabilao y como aparentaba mucha menos edad de la que debía tener (para que os lo imaginéis, tenía la misma pinta que el adolescente de voz temblorosa de los Simpson, o sea, que no aparentaba más de 17 años), pues parecía aún más desenvuelto... En fin, cuando nos llevó por fin al exterior, a la entrada de la pasarela entre el Venetian y el Treasure Island, le dimos las gracias y nos despedimos de él, para continuar nuestro paseo.
[Fotos: 1) Extraña foto del techo del Venetian, cosecha propia, 2) La entrada del buffet, Dishes , 3) La reproducción del Palacio Ducal, cosecha propia, 4) Interior de los canales del Venetian, cosecha propia, 5) Folleto del Fantasma de la Ópera, 6) Bar de oxígeno del que os hablaba, 7) Máquina tragaperras del fantasma que se reía de nosotros con sorna... Como véis, en ésta tampoco tuvimos suerte, 8) El adolescente de voz temblorosa de los Simpsons, 9) Exterior del Venetian, con la Strip al fondo y los gondoleros de pega.]