sábado, 29 de julio de 2006

En llegando allende los mares...

Veo que tenéis curiosidad por saber qué pasó después… Siento haber creado tanta expectación, porque en realidad no fue para tanto…

Claro, a medida que se iba acercando el momento de cruzar inmigración, nos íbamos poniendo mas intranquilos (y eso que US Airways, amablemente, proporciona un vídeo informativo de todo lo que tienes que hacer desde que aterriza el avión en Philadelphia hasta que te dejan libre para hacer lo que te de la gana en Américaaaaaaa). Primero fuimos al servicio, lo cual propició que todos nuestros compañeros de vuelo (incluidos Butragueño y esposa) nos adelantaran en las colas de inmigración y que nos quedáramos de los últimos (aunque por lo menos el calvo argentino y su mujer la desagradable se quedaron por detrás).

Tuvimos que esperar un buen rato en una de las colas, en una sala muy grande con taquillas en un extremo por la mitad de las cuales pasaban los americanos (cordoncillos verdes) y por la otra mitad los no americanos (cordoncillos rojos). Parece que esta es una de las novedades pos-2001, y es que los americanos tienen que esperar cola tanto o más que los no americanos: vamos, ¡que la inmigración nos homogeneiza a tós! (o casi).

Por desgracia, no tengo fotos de esta experiencia surrealista que es pasar el control de inmigración, porque no estaba permitido ni hacer fotos ni llamar por el móvil (no podías llamar a tu madre en plan “¡¡mamá!! ¡¡mamá!! ¡¡que estoy pasando inmigración!!”), pero bueno, lo importante es saber que no es para tanto: después de esperar un rato bien largo, por fin nos tocó pasar al mostrador, con el policía (los de inmigración no son funcionarios normales, son polis). Hasta el momento, el tío había sellado todos los visados de todos los que había delante de nosotros, así que eso nos tranquilizó. Decidimos que Pablo le contestara antes que yo, por si había problemas con lo suyo, pero la verdad es que fue bastante indoloro: el tío le preguntó que qué iba a hacer en EEUU (él simplemente contestó que “research”), le dimos los formularios que habíamos rellenado en el avión (el de Pablo blanco, el mío verde de turista), me preguntó a mí que qué iba a hacer y cuando le dije que acompañarle a él, me preguntó que durante cuánto tiempo y selló mi pasaporte hasta el 17 de octubre (ni una palabra de lo otro)… Luego preguntó si estábamos casados; pero no os creáis, fue culpa mía, porque se supone que había rellenar un papelito de aduanas azul “por familia” y Pablo le dio el suyo, pero a mí se me olvidó, pero al tío no le importó que sólo le diéramos uno… Al final, yo le di el mío y tachó el “2” del papelillo de Pablo y puso en ambos papelillos un “1” en boli… Luego nos tomó las huellas digitales de los índices de ambas manos y nos hizo una foto con una webcam…

En fin, “fichaos” estamos, pero no dolió mucho más que eso: pudimos entrar en los USA sin más problemas… Como nos habíamos imaginado, lo que ocurrió con el pasaporte de Pablo simplemente fue una treta burocrática: como su J-1 se permite que al que lo tenga, se quede en Estados Unidos 30 días después de que expire su visado; pues colocan la expiración del visado 30 días antes de la fecha en la que les dices que acaba tu trabajo para que no te quedes ni un minuto más en su país (no sea que le cojas el gusto…).

1 comentario:

Franwerst dijo...

Uff.. menos mal... pues a mi me paso mas o menos lo mismo... la verdad es que estais contando la escena y me acuerdo de la cola que tuve que hacer en inmigracion en Chicago... todo bastante parecido, polis de funcionarios, respuestas monosilabicas, foto de webcam, huella digital y p'a dentro.

Un trauma menos que pasar...