jueves, 27 de julio de 2006

Preludios viajeriles I

¡Vaya! No me puedo creer que prácticamente llevemos ya una semana en Arizona. Parece casi ayer cuando nos embarcamos en ese viaje espacio-temporal que supuso volar hasta aquí… ¡Vaya aventura! Todo empezó hace una semana a las ocho de la mañana, después de una breve noche y un par de días retrasando hacer las maletas, desperté a Ana para que me ayudara con todos los trastos para llegar a la parada del autobús… La verdad es que fue de gran ayuda, porque después de despedirme de ella y subirme a duras penas al autobús, me las vi moradas para llegar a Avenida de América con: mis dos maletas (que no son muy grandes, pero a la hora de la verdad, todas las maletas pesan), mi mochila, la bolsa del portátil y un bolso… Definitivamente, demasiadas cosas para una sola persona. Por suerte, Pablo ya estaba esperándome en Avenida de América cuando llegue y con su ayuda, fue más fácil hacerse cargo de todos los trastos y no es que yo haya cogido muchas cosas, ¡¡¡¡es que dos meses es mucho tiempo!!!!!

Llegamos con bastante antelación al aeropuerto, en especial después de lo que nos paso cuando fuimos a Londres a principios de julio, aunque no hubiéramos necesitado llegar tan pronto (casi dos horas y media antes del vuelo), porque por suerte, logre sacar la tarjeta de embarque por internet el día anterior (para los que no lo hayáis hecho nunca: es muy fácil y como no lo hagas, ¡¡¡¡te quitan el sitio los muy mamones de los demás pasajeros!!!!).

¡¡¡¡Qué estupenda es la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas!!!! ¡¡¡Qué casera, qué familiar y qué bien organizada!!! Bueno, a esta descripción también se pueden añadir la Terminal 2 y la 3, que no la maldita 4… El caso es que en el mostrador de US Airways nos entretuvieron un rato; había un mostrador previo a la facturación de maletas y en el una señorita de la compañía nos estuvo haciendo unas doscientas mil preguntas de esas tipo “¿La maleta la ha hecho usted? ¿Qué aparatos eléctricos lleva encima? ¿De qué color es su ropa interior? ¿Qué cenó ayer por la noche? Y demás preguntas de ese estilo que te hacen sentir verdaderamente como si fueras un terrorista o tuvieras algo que ocultar… (Es verdad que en ese tipo de situaciones a uno le entra un sentimiento de culpabilidad estúpida, como por ejemplo como cuando se nos olvidó decirle que llevábamos un ordenador portátil cuando nos preguntó por los cacharros eléctricos y luego lo mencionamos y la tía puso cara de “¡¡¡se os ha olvidado malandrines!!!”).

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