domingo, 7 de enero de 2007

La aventura en la farmacia

Como os decía, el taxi llegó rapidísimo. El taxista, la verdad, era un tío muy majo y servicial (aunque, como era común por estos lares, bastante ininteligible, el hombre… Me parece que con el día que llevaba, no me costó demasiado entenderle, pero tenía un acentazo, de aquí te espero). Le dijimos que primero íbamos a la farmacia, que nos esperara allí y que luego iríamos al hotel… Ejem, o eso era lo que nosotros nos creíamos.

La verdad es que el paseíto hasta la farmacia fue una tontería como una casa: salimos del aparcamiento del hospital, bajamos la Mills Avenue en dirección al sur (lo único por lo que se podía justificar nuestro viaje en taxi era que había que atravesar un subterráneo la mar de desierto por el día, y por la noche la mar de siniestro) y unas dos manzanas más abajo, había un Walgreens (efectivamente, el Walgreens en el que estuvimos el día de nuestro monumental paseo). Nuestro taxi nos dejó en la puerta.

Ahora nos encontraríamos con la siguiente "tajada" de la noche, pero para que entendáis esto, antes tengo que hacer un pequeño inciso para explicaros cómo funciona lo del rollo de las farmacias en ese basto país que es los USA:

Veréis: ya nos habíamos dado cuenta (y más la tarjeta de crédito de Pablo que nosotros) que la sanidad no se considera un bien primario en la cultura americana. Lo que nosotros damos por hecho, allí se considera un negocio más, un servicio como otro cualquiera al que se puede acceder dependiendo del nivel adquisitivo de cada cual. Eso significa que si eres pobre, más vale que no tengas ni un catarro, pero si eres rico, te puedes chutar antidepresivos e incluso operarte las tetas por tu seguro (ejem, es una suposición, no sé si esto último lo cubrirán los seguros, lo de los antidepresivos seguro que sí, porque lo vi en la tele).

Esta filosofía no sólo se aplica a la sanidad, sino que la industria farmacéutica también se sube a ese carro. Eso no cambia de Europa a Estados Unidos, sólo que allí se agrava. Si aquí las farmacéuticas sobornan literal e indecentemente a los médicos para que receten esto o aquello (Quiénes tengáis parientes médicos sabéis de lo que hablo) y a veces hacen publicidades que son vergonzosas, no queráis saber lo que hacen allí… La publicidad es feroz.

Pero no es a eso a lo que iba. Como el negocio es el negocio, los medicamentos y demás merchandaising farmacéutico se dividen en dos tipos: los “over-the-couter” y los medicamentos con receta. Los “over-the-counter”, como su propio nombre indica, son medicamentos y demás, que se encuentran fuera del mostrador, y que se exponen en pasillos, como en el supermercado. Vamos, que son productos de una marca determinada y que cualquiera los puede comprar si quiere (cosas como las que os estáis imaginando como aspirinas, compresas, condones, pastillas contra la alergia, tapones para los oídos, etc. y otras cosas, no tan evidentes: como kit infantil para entablillarle la pierna a su hijo –supongo que especialmente indicado para gente sin seguro-, o pastillas para casi –y digo CASI- todo lo inútil que os podáis imaginar). Por otra parte, están los medicamentos con receta, que se deben solicitar en el mostrador y la mayoría de ellos no tienen marca comercial y se preparan de manera individual, a la antigua usanza, como en las viejas boticas… Lo que nosotros no sospechábamos era que para los “sin-seguro”, este tipo de medicamentos son PROHIBITIVOS.

En fin, Pablo, que ya estaba empezando a sentirse soñoliento y mareado por "el calmante pa elefantes" que le habían dado en el hospital, empuñó su fajo de recetas (tres en total) y nos dirigimos al mostrador. Nos atendió un tipo con gafas y con pinta de tener pocas luces y empezó a hacernos toda clase de preguntas. ¡¡¡Qué pesao!!! ¡¡¡Y el taxi esperando!!! Tardó una eternidad y media en meter los datos de Pablo en el ordenador (aquí te fichan por tó, hasta por comprar antibióticos) y cuando al final decidió cuales eran los medicamentos que le tenía que dar a Pablo, nos anunció, con una parsimonia irritante, que iba a tardar por lo menos ¡¡¡¡MEDIA HORA!!!! en prepararlos.

De coña. Nos quedamos pasmaos, y le dijimos que teníamos al taxi esperándonos, así que nos prometió darse garbo (viniendo de él, parecía poco probable que pudiera cumplirlo). Mientras tanto, salimos a hablar con el taxista.

Le explicamos la situación, y el hombre, muy amable, nos echó la cuenta de lo que nos costaría el taxi, de estar esperando la media hora… Y él mismo nos dijo que era más rentable que volviéramos a llamar a otro taxi cuando hubiéramos acabado. La verdad es que era un fastidio, pero estaba claro que los 30 o 40 dólares que nos hubiera costado hacerle esperar hubieran encarecido aún más la “aventura”... Total, que le pagamos lo que le debíamos y nos despedimos de él.

Mientras tanto, nuestro amigo el de la sangre de horchata de la farmacia, se había dado extraordinaria prisa (había cumplido con su palabra) y tenía casi listos los medicamentos de Pablo (de media hora nada, macho: tardo poco más de diez minutos… Si es que querer es poder), a saber: un botecito de calmantes, una caja de antibióticos de tres tomas, unas gotas para los oídos... Hizo la factura... Y ¡¡¡¡MADRE MÍA!!!! No sé ni qué cara se nos puso cuando leímos en ella que la bromita de los medicamentos ascendía a ciento y pico dólares (era algo así, ¿no, Pablo?).

La verdad es que a esas alturas de la película, nos daba ya todo igual, lo único que queríamos es que aquel día horrible terminara, así que la tarjeta de crédito de Pablo sufrió después de aquello una lipotimia...

Creo que aquello hizo que Pablo se despejara un poco (del susto), así que dijo que no le importaba que volviéramos en autobús. Por suerte, llevábamos encima el bus book, consultamos los buses que pasaban por allí a aquella hora (debían de ser como las diez y media o las once, pero parecían las cuatro de la mañana) y pillamos el que nos llevó hasta el downtown. Desde allí, tuvimos que esperar al otro autobús que nos llevaría a casa (allí estábamos, como dos kamikazes, despreciando a los serial shooters y a los friquis del lugar, que poblaban los autobuses…¡Si nos hubieran visto los americanos “de bien”!). Por suerte, el autobusero fue muy majo, y como nos vio cara de desorientados y de hastiados, nos paró justo en la puerta del hotel (¡si ya os decía yo que son muy majetes! )...

No me acuerdo ni qué cenamos aquella noche (¿Fue tortillas francesas y nuestra primera ración de brócoli? ¡Qué alivio cocinar uno su propia comida!). Sólo sé que Pablo se desplomó en la cama, y yo me abrí el sofá cama del salón, pa dejarle dormir tranquilo en la cama (placer que rápidamente le arrebaté, en cuanto estuvo bueno)… Desde ese momento, Pablo entró en una fase de sueño que le duró casi cuatro días.

(¡Hey! ¡Las fotos no son mías! La primera es una muestra de un expositor de medicamentos "over-the-counter" y la segunda es de un típico mostrador de farmacia).

lunes, 1 de enero de 2007

Urgencias: E.R.

Cuando volvimos de comprar, a Pablo se le había pasado el efecto de los ibuprofenos, y volvía a retorcerse de dolor por el oído, así que nos comimos unos platos de comida precocinada congelada que habíamos comprado en el supermercado (cosa que prácticamente nunca volvimos a hacer mientras estuvimos allí: esa comida era un negocio seguro: pa todos aquellos que no saben lo que es una olla, existen esas maravillosas bandejas de metal llenas de comida de todo tipo: en ínfima cantidad/calidad...) Seguro que esas bandejas las habréis visto en los Simpson: ¡demuestran toda una filosofía de vida! De hecho, incluso hay una gama de esos productos que se llama "Hungry man" (machote hambriento), y ya os podéis imaginar a quién va dirigida *JA, JA*.

Después de comernos las bandejitas, Pablo seguía retorciéndose de dolor… Se fue a intentar dormir un poquito, mientras yo llamaba por el skype a los de su seguro, pa preguntar. Me dijeron que no había problema: que él se fuera de urgencias al hospital más cercano (no sé muy bien cómo, pero yo ya lo tenía localizado… Supongo que fue porque habíamos pasado por delante el día que fuimos al Arizona Mills Center) y que luego le reembolsarían lo que se gastara (todavía está por ver si eso es verdad...). Total, que también consulté los mapas de autobuses y tracé la ruta para ir hasta el hospital.

Cuando Pablo se despertó, nos fuimos para allá, pasamos por delante del Sheraton, que estaba al final de la calle 52nd, muy cerquita de nuestro hotel, y que se decía que era el hotel más lujoso de todo Phoenix, aunque la verdad: por fuera no era gran cosa...

Tuvimos que andar bastante hasta la parada del autobús (sólo recuerdo que utilizáramos esa parada una sola vez más después, porque casi había que cruzar la autopista para poder llegar hasta ella, así que la zona era incluso peor que todo lo demás...), y el autobús tardó lo suyo en venir, aunque todavía era de día (estaba empezando a ponerse el sol) cuando llegamos al hospital, a urgencias por supuesto… Las famosas E.R. (emergency room) que tan famosas se han hecho gracias a la serie que tanto me gusta, y de la que ya os he hablado (fíjate, parece mentira que ese mismo día por la mañana hubiera estado viendo a George Clooney en la tele). Me interesaba que a Pablo le curaran la otitis, pero lo de visitar urgencias en EEUU era toda una experiencia antropológica añadida, la verdad.

Hombre, y no muy diferente de ir a cualquier hospital PÚBLICO en España. (La diferencia radica precisamente ahí: que nosotros consideramos que determinado tipo de servicios son PÚBLICOS y GRATIS). Entramos directamente en la sala de espera de urgencias, nos acercamos al mostrador y un tipo nos dio un boli y una carpeta con un impreso que Pablo debía rellenar. En él, tenía que rellenar sus datos y le preguntaban cosas sobre su dolor… Ahí me puse yo, a echarle literatura al asunto, aunque no os creáis, también se podía rellenar en español… Esto lo habréis visto también en series como Friends, que siempre se rellenan esas cosas. Lo que sí me sorprendió fue que no insistieran demasiado sobre lo del seguro… Claro, a priori, a ellos no les importa que no tengas, con tal de que luego, aflojes la mosca. Así, de momento, se quedaron con el pasaporte de Pablo, por si se nos ocurría hacer un "sinpa".

Estuvimos un rato esperando, y hojeé unas revistas del corazón que tenían en la sala de espera, y que debían llevar mucho tiempo allí: tanto, que decían que Nicole Kidman se acababa de divorciar de Tom Cruise, pa que os hagáis a la idea. Pablo estaba malito, pero le entraba remordimiento de conciencia, porque aparecían por allí niños con la cabeza abierta, gente que se había clavado un clavo en la misma mano, y cosas así… Lo suyo parecía una mamonadilla a su lado…

Al cabo de un rato, salió un jovenzuelo que, con mucho esfuerzo, logró pronunciar el nombre de Pablo y nos hizo pasar a una primera salita. Se notaba que era el ATS novato, porque lo tenían allí, tomando la tensión y la temperatura a los pacientes, y haciéndoles la eterna pregunta (qué estupidez, por dios) de la “gradación” del dolor: “En una escala del 1 al 10, ¿cuánto te duele?” (Pablo en el papel había escrito que 6 y a este ya le dijo que 8... La cosa iba en aumento... Y aún se lo preguntaron por lo menos un par de veces más…).

Cuando acabó con el rollo de la tensión y la temperatura, y le preguntó cuánto pesaba y cuánto medía (preguntas nada evidentes: dile tú a alguien, a bote pronto, tu peso y estatura en libras y en pies respectivamente… Gracias a dios, el tío echó un cálculo aproximado...) y nos hizo pasar más adentro, a una de esas camillas separadas por cortinas que en los hospitales llaman “boxes”… Pues eso, no os hace falta una descripción demasiado precisa del hospital, porque era como cualquier hospital público español: se notaba que había falta de material, y en general era un sitio bastante frío y blanquecino y con olor a éter... En las camillas contiguas había una familia de mejicanos, que el niño pequeño se había caído al suelo y había perdido el conocimiento (la hija pequeña hacía las veces de intérprete con su madre, que la pobre mujer no se enteraba ni del nodo) y, en la otra, unos tipos que tenían acento ruso, o del este de Europa, por lo menos y que a uno de ellos le había dado una reacción alérgica a algo... No les veíamos, pero oíamos las conversaciones y diagnósticos de todos ellos.

Al cabo de un rato apareció un tipo viejo con bigote al que tomamos por el médico. Mismo rollo que con el jovencito: le tomó a Pablo la temperatura, le hizo las preguntas de rutina, y tuvo la paciencia de ir hablando poco a poco para que Pablo fuera respondiendo. Luego nos dimos cuenta de que era el enfermero, el médico apareció al cabo de un rato.

Para que os hagáis a la idea, el médico era parecido al tipo ese que sale en Anatomía de Grey (el guaperas cirujano… Que a mí, personalmente, no me gusta ná… Donde esté Kovac, ¡que se quiten todos!): un tío de treintaimuchos, con un pijama azul y unas peaso zapatillas de deporte: look Emilio Aragón. El fulano le preguntó a Pablo si le dolía mucho, todo el rato diciéndole cosas en plan "¡Qué machote eres!", "¡Los machos como tú aguantan el dolor!"... Pa mí que el tío se pensaba que Pablo estaba entrando en su rollito “Hay que ver que machos somos los machos”..., hasta que el tipo le mostró el puño cerrado y Pablo se le quedó mirándole con cara de "¿A ti qué tuerca te falta?"… La verdad es que la escena fue graciosa, el tipejo haciéndose el coleguita, ofreciéndole el puño a Pablo para chocarla y Pablo con cara de "Me-duele-el-oído-qué-coño-quieres”… No sé si yo llegué a murmurarle (que quiere que la choques), creo que él se dio cuenta antes, pero el médico ya se quedó con la desilusión, y ya no siguió considerando a Pablo de los de su “grupo de machotes”…

Reconoció a Pablo un poquito (le miró el oído así por fuera, pero no se atrevió a auscultarlo, porque tenía el oído externo muy inflamadillo, y no veía bien) y nos dijo que le iba a dar unos calmantes bien fuertes (“Para machos sensibles”, ya ahí estaba lanzándole pullas… La masculinidad de Pablo claramente no le había convencido…), me dijo que no le dejara conducir, a lo que yo le respondí tranquilamente, que no íbamos a conducir ni él ni yo, porque no teníamos coche… Por supuesto, ahí ya el colega lo flipó en todos los colores, y nos advirtió que si salíamos a la calle sin coche, lo menos malo que nos iba a pasar era que el asesino de los tiroteos iba a dejarnos como un colador… Aunque él no nos hubiera advertido, tampoco hubiéramos intentado irnos a casa andando, ¡sobre todo con Pablo forrado de calmantes! y no tanto por el shooting killer, que también mira que les gusta exagerar...

Cuando el médico había acabado por decidir que definitivamente éramos un par de friquis, se largó y estuvimos otro rato esperando al enfermero bigotudo, que le DIO un par de pastillas con un poco de agua (literalmente, le dio a Pablo en la mano las pastillas, para que él se las tomara… Se les nota que están aterraos por si alguien les demanda, así que todas estas historias de dar pastillas conllevan un protocolo muy férreo) y nos dio también un montón de papeles explicativos y la recetas.

Yo le dije que nos hacía falta pedir un taxi para volver a casa, y me miró, literalmente como si estuviera loca (¡yo a ti no te pido un taxi ni loco! Ejem, pues no hubiera sido tan raro, después de lo que le cobraron a Pablo por su mierda de servicio) y me dijo que en la sala de espera había teléfonos, que llamara yo.

Nos acompañó hasta el mostrador de admisión, y ahí fue cuando le hicieron firmar a Pablo veinte mil papeles y dejaron su tarjeta de crédito temblando: imaginaos nuestra cara cuando vimos la factura de cuatrocientos y pico dólares… Jamás en la vida hubiera imaginado que una tontería así pudiera costar esa barbaridad… Y todo lo que le tocó pagar a Pablo a posteriori… Cuando ya hubieron pasado la tarjetilla, me indicaron donde estaba el teléfono público, que por suerte, era gratuito, y pude llamar a un AAA yellow cab (que era una compañía de taxis amarillo-verdoso fosforito que recorrían la zona), le indiqué dónde estábamos y quedé con él en que le esperaríamos en la puerta (recuerdo que dentro de la sala de espera hacía tanto frío por el aire acondicionado, que hasta se agradecía el calorazo de la calle…). Me dijo que pasaría a recogernos al cabo de 15 o 20 minutos, pero solamente tardó 10 en aparecer, aunque a mí me dio tiempo a hacer la foto que veis de Pablo sentado frente a E.R.

(Fotos: 1) paquete de "Hungry man"-Buffalo style chicken strips... Comida idónea para machos que chocan el puño, de www.swansonmeals.com, 2) Hotel Sheraton, vecino nuestro, de www.clicktempehotels.com, 3) Montaje photoshopero cortesía de Pablo, en el box del hospital, en plena otitis -ahí donde le veis, se estaba cagando en mis muertos, por hacerle la foto... Pero a pesar de todo, se lo tomó con bastante humor-, 4) Tom Cruise y Nicole Kidman... ¡La de tiempo que ha llovido desde esta foto! ¡Si que estaban pasadas esas revistas del corazón!, de www.eonline.com, 5) El tontolhaba de Anatomía de Grey (de verdad que no puedo entender cómo este tipejo tan artificial va de guaperas), de www.theglobeandmail.com, 6) Fotito cosecha propia de la entrada de ER, mientras esperábamos al taxi y 7) Uno de esos AAA Taxis, de www.1800taxicab.com).

¡Feliz año 2007!


Se me están empezando a acabar las imágenes del Cañón del Colorado que poner para felicitar las cosas, y tampoco tenía fotos del Madrid navideño (que dependiendo de en qué lugares, es bonito, o una horterada, aunque parece que cada año se van esmerando cada vez más... Como decía Fran el otro día, este año los árboles de navidad parecían primos hermanos de los tentáculos de El día del tentáculo... Como muestra, un botón) así que he sacado a Pablo de paseo, y me he puesto en plan guiri, a hacer fotitos por todas partes...


Por cierto, muchos me preguntáis si aún estamos en Arizona (supongo que no leéis este blog tampoco, así que decirlo aquí será una tontería, pero por si acaso). La respuesta es NOOOOOOO, no seguimos en Arizona: volvimos a principios de octubre, y desde entonces hemos estado en Madrid. Si siguiéramos en Arizona, mi visión del asunto no sería tan jocosilla... De hecho, ya se habrían cumplido los 5 meses allí, y estaría viviendo en el techo, como Spiderman, después de haberme subido por las paredes...

Pos eso, muchachos, que os deseo un:


FELIZ AÑO 2007

y una vez terminadas las navidades, retomo mi narración (vuelvo al 1 de agosto de 2006 en Arizona, no vuelvo físicamente a la Arizona actual), como dice Ruth... A ver si acabo esto antes de que nos vayamos a más sitios, y haya que contar más cosas...